jueves, 15 de noviembre de 2012

La princesa y el cerdo

Cuenta la historia que había una princesa que vivía en el campo. No tenía corona por dos razones, en el campo no se usa corona, además la pequeña tiara que la identificaba como princesa, había sido empeñada en el pueblo cercano. Sí, nuestra princesa era pobre, la pequeña tiarita la había heredado de su abuela que alguna vez trabajó como nana de una princesa real.

Cuando la princesa creció y se convirtió en reina, en agradecimiento por su labor cuidándole, le dejó conservar la tiara que usaba de niña. Se dice que cuando la abuelita murió, la única herencia que dejó fue esa tiara. La princesa, pequeña al fin, siempre la llevaba puesta. No sólo la hacia ver más alta, también le recordaba a su abuela.

Un día, la princesa salió con su madre al pueblo cercano. Su madre le había dicho a la niña que lamentablemente necesitaban dinero porque ya les quedaba muy poca comida en la casa. Además el clima no estaba ayudando con la siembra. Cuando iban entrando al mercado, la princesa que siempre cargaba con su tiara, quedo prendada ante un pequeño animalito que tenía de frente; un cerdito. La madre de la princesa le explicó que de la única forma en que podía tener ese cerdito, era empeñando su valiosa corona, además de eso, le serviría para comprar víveres y cosas importantes.

Por un momento la pequeña sintió una gran tristeza, pues sabía que ese era el recuerdo de su abuelita. Sin embargo, como quería que su mamá estuviera tranquila y tuvieran que comer, accedió a su petición. Una vez que tenían víveres en mano, sólo les quedaba una cosa, comprar el pequeño cerdito.

La mamá de la princesa le explicó a la pequeña que aún cuando el animalito era pequeño y rosadito, tenía que tener su lugar fuera de la casa. Así qué con ayuda de su mamá la pequeña princesa le preparó un lugar bonito a su cerdito para que durmiera en las noches y jugara mientras ella iba a la escuela.
A la mañana siguiente, cayó una fuerte lluvia y se enlodó el camino a la escuela, la princesa, se tuvo que quedar abrigada dentro de la casa. Pensaba en su cerdito, pobrecito, tan pequeño y solito afuera. Cuando dejó de llover, fue al patio y limpio a su cerdito, pero el volvía al lodazal.

No importaba cuanto ella lo intentara parecería no querer sentirse limpio nunca. Según iba creciendo su mamá le decía: " princesa, a los cerdos les encanta el fango, no importa cuanto lo intentes, volverán a el." Su amor hacia su pequeña, en aquel momento, mascota, era tan grande, que los siguientes años se la pasó todos los días bañando a su cerdo.

Con el pasar del tiempo y entendiendo la necesidad de su familia, terminó de estudiar. La princesa se hizo mayor, trabajaba en un castillo cercano como la nana de la hija de la reina. Se cansó de llegar todas las tardes a sacar del lodazal al cerdo que una vez de niña amó con todas sus fuerzas. Con su primer sueldo y halando el cerdo con una soga, llegó al pueblo. Allí le entregó el cerdo al chef del restaurante a cambio de un par de dólares y en el aparador de la casa de empeño seguía su tiara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario