jueves, 28 de marzo de 2013

Rota

La pequeña princesa se despertó sobresaltada en medio de un cuarto oscuro, no muy de su gusto, considerando que le teme a la oscuridad. Esta empapada en sudor, agitada. Ni siquiera esta acostada, esta sentada rodeando sus rodillas con sus brazos, apretando los dientes y con la amargura goteándole por la comisura de la boca. Le corre una lágrima por la mejilla. Se siente rota.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Buscando una señal

La princesa en una esquina del balcón real estaba "postea". Miraba al cielo, esperando una señal de una estrella fugaz. En la lejanía esperaba una señal de que el caballo de su padre lo traería de vuelta. Hacia semanas que buscaba la señal del color que debía esperar a su príncipe. Y para completar hacia dos horas que había perdido la señal del celular.

Sin perder de vista el cielo ni el camino, se quitó la tiara, el dolor de cabeza era señal de que le apretaba. Se abanicó el escote, el sudor era señal de que hacia calor aún "postea" en el balcón. Subió la mano al cielo, no había rayitas, señal de que seguía sin "señal". Se sacó las sandalias, el dolor en los juanetes era señal de que llevaba mucho rato "postea" en el balcón.

Se acercó a la baranda para ver si le llegaba más aire, se recostó del borde para sentir el fresco en el escote. Sintió un cabalgar a lo lejos, el celular sonó de momento. Cayó sentada entre el susto y el rocio que adornaba el suelo del balcón. Del dolor vio pajaritos de múltiples colores.

Sintió un relinchar, señal de que su padre había llegado, se iluminó el cielo, señal de que pasaba una estrella fugaz. Contestó adolorida el celular, señal de que le había llegado la "señal". Los pajaritos multicolor seguían rondando en su cabeza, señal de confusión. Todavía no era el momento de escoger un príncipe.

jueves, 15 de noviembre de 2012

La princesa y el cerdo

Cuenta la historia que había una princesa que vivía en el campo. No tenía corona por dos razones, en el campo no se usa corona, además la pequeña tiara que la identificaba como princesa, había sido empeñada en el pueblo cercano. Sí, nuestra princesa era pobre, la pequeña tiarita la había heredado de su abuela que alguna vez trabajó como nana de una princesa real.

Cuando la princesa creció y se convirtió en reina, en agradecimiento por su labor cuidándole, le dejó conservar la tiara que usaba de niña. Se dice que cuando la abuelita murió, la única herencia que dejó fue esa tiara. La princesa, pequeña al fin, siempre la llevaba puesta. No sólo la hacia ver más alta, también le recordaba a su abuela.

Un día, la princesa salió con su madre al pueblo cercano. Su madre le había dicho a la niña que lamentablemente necesitaban dinero porque ya les quedaba muy poca comida en la casa. Además el clima no estaba ayudando con la siembra. Cuando iban entrando al mercado, la princesa que siempre cargaba con su tiara, quedo prendada ante un pequeño animalito que tenía de frente; un cerdito. La madre de la princesa le explicó que de la única forma en que podía tener ese cerdito, era empeñando su valiosa corona, además de eso, le serviría para comprar víveres y cosas importantes.

Por un momento la pequeña sintió una gran tristeza, pues sabía que ese era el recuerdo de su abuelita. Sin embargo, como quería que su mamá estuviera tranquila y tuvieran que comer, accedió a su petición. Una vez que tenían víveres en mano, sólo les quedaba una cosa, comprar el pequeño cerdito.

La mamá de la princesa le explicó a la pequeña que aún cuando el animalito era pequeño y rosadito, tenía que tener su lugar fuera de la casa. Así qué con ayuda de su mamá la pequeña princesa le preparó un lugar bonito a su cerdito para que durmiera en las noches y jugara mientras ella iba a la escuela.
A la mañana siguiente, cayó una fuerte lluvia y se enlodó el camino a la escuela, la princesa, se tuvo que quedar abrigada dentro de la casa. Pensaba en su cerdito, pobrecito, tan pequeño y solito afuera. Cuando dejó de llover, fue al patio y limpio a su cerdito, pero el volvía al lodazal.

No importaba cuanto ella lo intentara parecería no querer sentirse limpio nunca. Según iba creciendo su mamá le decía: " princesa, a los cerdos les encanta el fango, no importa cuanto lo intentes, volverán a el." Su amor hacia su pequeña, en aquel momento, mascota, era tan grande, que los siguientes años se la pasó todos los días bañando a su cerdo.

Con el pasar del tiempo y entendiendo la necesidad de su familia, terminó de estudiar. La princesa se hizo mayor, trabajaba en un castillo cercano como la nana de la hija de la reina. Se cansó de llegar todas las tardes a sacar del lodazal al cerdo que una vez de niña amó con todas sus fuerzas. Con su primer sueldo y halando el cerdo con una soga, llegó al pueblo. Allí le entregó el cerdo al chef del restaurante a cambio de un par de dólares y en el aparador de la casa de empeño seguía su tiara.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Cansada de cuentos

¡Cuentos! ¿Qué cuentos? Estoy cansada de que me digan que la vida es un cuento; un sueño. Ya la rana del jardín se ha cansado de mis besos. Se ha llenado la boca de moscas, huyéndole a mis encuentros. Ya las agujas de mi costurero no me quieren pinchar los dedos. Según pasa el tiempo el espejo no quiere mentirme sobre mi aspecto. Las arañas han tejido con su tela hermosos caza sueños, que me mantienen en desvelo. Ya no encuentro en mi paleta de colores de que tono pintar al príncipe. Ya ni tan siquiera la bestia del pueblo me persigue. He envejecido entre sueños y cuentos, que ya ni una flor mágica me devuelve el encanto. Cuentos y sueños ya dejen de hacerme daño, lleguemos a la ultima pagina y denme el fin que tanto estoy esperando.